Mensaje para la LVIII Jornada Mundial de la Paz
Un corazón desarmado para conseguir la paz, abierto al perdón y a perdonar, a la misericordia de Dios. Esta es una de las llamadas que el papa Francisco tiene para cada persona en su mensaje para la LVIII Jornada Mundial de la Paz del 1 de enero, que tiene como título "Perdona nuestras ofensas, concédenos tu paz".
La Jornada se encuentra en los inicios de la celebración del Jubileo, "evento que nos impulsa a buscar la justicia liberadora de Dios sobre toda la tierra" (Mensaje para la Jornada Mundial de la Paz 2025, 3). Esta justicia debe alcanzar a todo el mundo, ninguna persona queda excluida.
Sin embargo, también tenemos que tener en cuenta la "estructura de pecado" de la que hablaba san Juan Pablo II, que nos afecta y nos hace partícipes de la desesperanza de la injusticia. Esta situación nos debe hacer reflexionar sobre la responsabilidad que cada persona tiene en las situaciones de injusticia de nuestro mundo actual, desde la deshumanización que sufren las personas migrantes y la explotación de las más débiles a través de sistemas económicos, modos productivos y el afán consumista, que acaban fomentando una cultura del descarte y que conlleva una degradación ambiental, "a la confusión generada culpablemente por la desinformación, al rechazo de toda forma de diálogo, a las grandes inversiones en la industria militar" (4), sin olvidar tantos conflictos bélicos abiertos y la inestabilidad creciente en muchos Estados por su situación política.
Solamente desde la aceptación de esta participación en la estructura de pecado tiene sentido la petición de perdón que Jesús nos enseñó: "perdona nuestras ofensas" y se abre ante nosotros el camino para la conversión personal que provoque el cambio cultural y estructural que acabe con las injusticias y construya el Reino desde la paz. "La paz no se alcanza sólo con el final de la guerra, sino con el inicio de un mundo nuevo en el que nos descubrimos diferentes, más unidos y más hermanos de lo que habíamos imaginado" (14), donde no tenga cabida el egoísmo o el desaliento sino que nos dejemos inundar por la misericordia del perdón de Dios y perdonemos sintiendo que "nos necesitamos y nos debemos los unos a los otros" (8).
Por otra parte, la conversión personal no nos debe hacer olvidar la responsabilidad de los gobiernos y de las estructuras económicas. Por eso se ofrecen tres acciones para conseguir ese cambio que nace desde la esperanza y que crea las estructuras nuevas que restaurarán la justicia, la dignidad humana y la creación. La primera es la reducción -o incluso la condonación- de la deuda de los países menos adelantados, teniendo en cuenta, además, que los países más desarrollados tienen una deuda ecológica que agrava la situación de los primeros. La segunda es la promoción de la dignidad humana, en todos los momentos de la vida. Se hace una especial referencia a la pena de muerte que todavía existe en algunos países. Es imprescindible recuperar la cultura de la vida. Y, por último, una redistribución del gasto: menos dinero para armamentos, más fondos para la erradicación del hambre, la promoción del desarrollo sostenible y educación para la infancia y la juventud, que impulse la esperanza de su desarrollo y su futuro; un futuro que sea capaz de dejar atrás un pasado de desesperanza y heridas abiertas.
El mensaje termina con una oración, que nos invita a la comunión y a la espiritualidad y que nos sitúa de nuevo en la responsabilidad de cada persona como cocreadora de nuevas estructuras de justicia y esperanza, de la que hemos hablado antes. En este sentido, Francisco nos recuerda unos gestos que parten de la sencillez y la ternura: "una sonrisa, un gesto de amistad, una mirada fraterna, una escucha sincera, un servicio gratuito" (14) y que sin ninguna duda están a nuestro alcance, junto a nuestra oración, para poner en marcha el principio del cambio estructural tan necesario.
María Cruz Hernández, Justicia y Paz Albacete