El derecho al agua en tiempo de Covid-19
En el Ángelus del domingo 8 de noviembre el papa Francisco volvió a incidir en la necesidad de garantizar el acceso al agua para todas las personas.
"¡El
agua es esencial para la vida!". Todo el mundo nada en el vientre materno, y
el acceso al agua en ciertas calidades y cantidades constituye una
discriminación entre la vida y la muerte; entre una vida con salud y una vida
complicada por la enfermedad. En tiempos de pandemia es un aspecto fundamental.
Hoy en día, unos 2.000 millones de personas no tienen acceso regular al agua
potable. Es difícil para ellas lavarse las manos, la cara y el cuerpo, producir
alimentos y cocinar. La cara y las manos son las partes más delicadas: la
primera porque lavándola con agua sucia se corren riesgos de infecciones que
causan ceguera; las segundas porque -según las advertencias sanitarias- su
frecuente lavado ayuda a limitar la propagación de la Covid-19. Pero como
algunos obispos centroamericanos observan, desafortunadamente, no todos los que
quieren lavarse las manos pueden hacerlo. Insisto en la alimentación porque la
pandemia y el bloqueo han perturbado abruptamente los sistemas alimentarios -a menudo
frágiles- de muchos países y han sumido a millones de personas en una situación
alimentaria y económica aún más preocupante. Entre ellas se encuentran pequeños
productores de alimentos con ingresos modestos.
A menudo son incapaces de saciar su sed adecuadamente o de regar, y son particularmente vulnerables a tres situaciones: la sequía, las inundaciones y la imprevisibilidad cuando las condiciones meteorológicas no se ajustan a las expectativas y los hábitos, en las zonas agrícolas que experimentan el cambio climático.
El agua dulce es abundante en la Tierra en relación con las necesidades humanas. Así pues, si dejamos de lado las dramáticas realidades de los migrantes en condiciones desesperadas y las de las guerras, debemos preguntarnos por qué existe tal situación. En primer lugar, la distribución geográfica del agua dulce y la de la población no coinciden, y "agua dulce" no significa "agua potable accesible". Algunos recursos de agua dulce están amenazados por la salinización o la contaminación, a veces provocada por sustancias nocivas difíciles de eliminar, como algunos disruptores endocrinos y productos químicos, pero también simplemente por las heces (unos 2.000 millones de personas no tienen acceso adecuado a servicios de saneamiento y más de 940 millones se ven obligadas a defecar al aire libre). Además, la degradación de los ecosistemas reduce la capacidad de depuración de la naturaleza: si observamos los proyectos basados en la fitodepuración, vemos que hay mucho que aprender de la naturaleza en términos de sostenibilidad. Por último, la corrupción o la competencia que puede desarrollarse en situaciones de rivalidad por el uso del agua puede conducir a una mala gestión, a lógicas depredadoras y a usos que no reflejan una jerarquía de prioridades basada en la dignidad humana.
Creada por Dios, el agua es un regalo para toda la
humanidad: "llueve sobre justos e injustos" (Mt 5:45), y la forma en
que tratamos y compartimos el agua es un indicador de cómo llevamos a cabo la
tarea que se nos ha encomendado de cuidar el jardín. También seremos juzgados
por esto: "Tuve sed y me disteis de beber" (Mt 25, 35). Los
llamamientos de las encíclicas Laudato si' y Fratelli tutti son apremiantes: la educación, la cultura y
la espiritualidad deben conducir a la adopción de una antropología sana, una
concepción sana del lugar de cada persona dentro de la familia humana y de su
propia relación con el agua. Este elemento fomenta la creación de puentes y el
encuentro, como ocurrió con Abraham, Moisés y Jesús alrededor de los pozos. Ha
desempeñado un papel central en el desarrollo de las civilizaciones y los asentamientos
humanos, en el arte y la literatura, y en los textos y ritos religiosos. El
espíritu de Dios se cernía sobre las aguas (Gn 1:2) que son todavía hoy un
símbolo de purificación, bendición y regeneración.
Una antropología sana contribuirá al advenimiento de una administración sabia, humilde y solidaria del agua, para hacerla accesible a todo el mundo por lo menos en las cantidades necesarias para satisfacer las necesidades básicas, para realizar el derecho de acceso al agua y al saneamiento respetando la naturaleza y sus ecosistemas, y dando la debida importancia a la economía. La defensa del "derecho" no dispensa de la preocupación por la sostenibilidad financiera de las plantas o procesos de depuración, ni de la reflexión sobre los "deberes": hacia Dios, hacia uno mismo, hacia la comunidad en general, hacia la creación.
Los acontecimientos actuales sugieren dos prioridades: el fortalecimiento de la producción agrícola en las zonas más pobres y hambrientas, donde el medio ambiente está particularmente amenazado, y una buena situación con respecto al agua, el saneamiento y la higiene en la atención de la salud. Mantener buenas condiciones de aseo en una zona pobre es un desafío para muchos centros de salud, incluidos los pertenecientes a la Iglesia. El Departamento del Servicio de Desarrollo Humano Integral, tras la publicación del documento Aqua fons vitae, trabaja con varios socios en el tema del lavado dentro de una selección de centros de salud de la Iglesia. Una preocupación que, en el momento de la Covid-19 exige una mayor conciencia y una acción incisiva. El agua, un bien común, puede ser una fuente de inspiración y estímulo para un cambio radical de paradigma y su capacidad de regeneración, una incitación a la esperanza.
Tebaldo Vinciguerra
Encargado de los temas ambientales
Dicasterio del Servicio de Desarrollo Humano Integral