El derecho a la verdad I
Frente a esta realidad de injusticia, tiranía y opresión, fueron creciendo los movimientos populares y revolucionarios que buscaban derribar el poder oligárquico y establecer un sistema socioeconómico y político equitativo y digno, lo cual generó un incremento de la represión gubernamental. Multitud de dirigentes sociales, políticos y religiosos fueron asesinados. El 22 de enero de 1980 agentes del gobierno arrojaron insecticidas desde una avioneta sobre una manifestación popular mientras otros disparaban a los manifestantes, dando muerte a decenas de personas. El gobierno de los Estados Unidos apoyaba con grandes sumas de dinero al gobierno salvadoreño y a su ejército. Esta fue la situación socioeconómica y política en la que se desarrolló la actividad pastoral de monseñor Romero.
Óscar Romero fue un hombre bueno, aunque conservador. Sin embargo, ante el asesinato de un santo sacerdote gran amigo suyo, el padre jesuita Rutilio Grande y dos catequistas (ya beatificados), cambió radicalmente. Desde ese momento el arzobispo Romero comenzó a leer los acontecimientos de la historia con los ojos de Dios y asumió el compromiso profético de la opción por los pobres y la defensa de los derechos humanos. Escuchó el clamor de las personas campesinas, trabajadoras, catequistas y líderes de las organizaciones sociales. Fue descubriendo el sufrimiento de su pueblo provocado por la pobreza y la represión militar. Se presentó ante el pueblo como representante de la pasión de Dios por la humanidad sufriente, y ante Dios como representante de la pasión del pueblo.Esta doble pasión por Dios y por el pueblo fue la inspiración profética de Óscar Romero. Desde la libertad que emana de su unión con Dios interpretó la historia salvadoreña y señaló el camino que conduce hacia la paz que nace de la justicia y del respeto a los derechos humanos.
Consoló a las víctimas. Se situó al lado de la humanidad sufriente. Consoló a las madres y a las viudas a quienes les habían secuestrado o matado un hijo o el esposo. Se mostró siempre cercano, acogedor y entrañable con ellas, e incluso se le saltaban las lágrimas escuchando los testimonios de la gente que acudía a él. El pueblo sufrido encontró en el arzobispo un apoyo moral, un desahogo, un consolador.Yo quisiera hacer un llamamiento de manera especial a los hombres del ejército, y en concreto a las bases de la guardia nacional, de la policía, de los cuarteles.
Hermanos, son de nuestro mismo pueblo, matan a sus mismos hermanos campesinos y ante una orden de matar que de un hombre, debe prevalecer la ley de Dios que dice ¡No matar! Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra la ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla. Ya es tiempo de que recuperen su conciencia y que obedezcan antes a su conciencia que a la orden del pecado. La Iglesia, defensora de los derechos de Dios, de la ley de Dios, de la dignidad humana, no puede quedarse callada ante tanta abominación. Queremos que el gobierno tome en serio de que nada sirven las reformas si van tenidas con tanta sangre.
En nombre de Dios, pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo cada día más tumultuosos, les suplico, les ruego, les ordeno en nombre de Dios: ¡cese la represión!" (Homilía, 23.3.1980).
Mi muerte, si es aceptada por Dios, sea por la liberación de mi pueblo… Si llegaran a matarme, sepan que perdono y bendigo a quienes lo hagan" (23.3. 1980).
Quienes tenían el poder creyeron que con matar al arzobispo Romero acabarían con su palabra, esa palabra que fue el consuelo y la esperanza del pueblo salvadoreño.
Mi voz desparecerá, pero mi palabra que es Cristo, quedará en los corazones que la hayan querido acoger", decía.
Fernando Bermúdez López. Comisión de Justicia y Paz de Murcia