Dignificar la educación es cuidar el futuro
"En la educación se encuentra el gran secreto de la perfección de la naturaleza humana". Immanuel Kant
Vivimos un momento delicado en el que la realidad educativa no puede ser ignorada y en el que varios problemas que atañen a la escuela se están haciendo muy visibles. Está finalizando un curso escolar que ha estado fuertemente marcado por las huelgas de profesores. El tiempo dirá cuáles serán los resultados de estas protestas.
Las reclamaciones del profesorado son de sobra conocidas: mejora de los salarios y acceso a los escalones de progresión profesional de forma transparente y equitativa; inclusión de 6 años, 6 meses y 23 días en el cómputo de antigüedad para la progresión profesional; fin o mitigación de los viajes anuales para dar clase por todo el país "con la casa a cuestas"; mayor claridad en las nuevas formas de contratación; menor burocracia. Hacen falta medidas concretas para evitar que la fascinante carrera docente se convierta en una sucesión de tareas burocráticas y poco claras que en nada se corresponden con los contextos cada vez más complejos y desafiantes de las aulas. Siguen pendientes cuestiones como la indisciplina, la autoridad del profesor y la evaluación. Y una pregunta fundamental: ¿está la escuela dando respuestas a lo que la cultura, la ciencia, la economía, las empresas y las comunidades esperan de ella?
En todas estas cuestiones surge un denominador común: la necesidad de mirar al profesorado con nuevos ojos y de reconocer la dignidad y la importancia de su misión. Se trata de una clase profesional cuya dignidad e importancia se han olvidado, o incluso despreciado, en las últimas décadas. Ahora es importante invertir este olvido. ¿Cómo hacerlo? Sin duda serán necesarias medidas más sistémicas y de mayor alcance, así como otras más inmediatas y pragmáticas.
A corto plazo, urge dar respuestas positivas a las demandas actuales del profesorado y crear un marco de responsabilidades. Es necesario revalorizar "hacia fuera" y socialmente esta profesión, lo que requerirá un conjunto de medidas que sin duda incluyen mejores salarios y condiciones de trabajo. Es necesario garantizar al profesorado la posibilidad de una formación permanente eficaz que promueva una mayor reflexión y les permita afrontar los retos de la innovación sin convertir los medios informáticos en fines en sí mismos.
A medio plazo, conviene introducir pequeñas reformas, adaptadas a cada realidad escolar, siempre sujetas a evaluación, evitando la experimentación gratuita. Estas reformas sólo serán posibles en el marco de una efectiva autonomía escolar y rendición de cuentas. Una verdadera flexibilidad curricular implica recursos y más profesorado capaz de dar cuerpo a una diversidad de seguimiento educativo y no puede consistir en la reducción de costes o en fabricar éxitos.
A largo plazo, habrá que replantearse seriamente los modelos de escuela y los formatos didácticos y pedagógicos. Hay experiencias y pruebas muy interesantes en lugares educativos de todo el país y del mundo: casi todas son poco conocidas. Es importante promover y probar modelos de organización y gestión escolar más flexibles, más orgánicos, que respeten la individualidad y la autonomía del profesorado y alumnado. Modelos que hagan la vida del profesorado más interesante, vibrante y plena. Espacios más atractivos para el desarrollo personal y académico del alumnado, donde puedan crecer en su compromiso con el bien común y en el cuidado de las personas.
El papa Francisco ha estado atento a esta realidad y, en la Jornada Mundial de los Docentes 2021, tras expresar su "cercanía y gratitud a todos los docentes" y, al mismo tiempo, su "solicitud por la educación", lanzó el Pacto Educativo Global para "aunar esfuerzos en una amplia alianza educativa que forme personas maduras, capaces de superar fragmentaciones y contrastes, reconstruyendo el tejido de relaciones hacia una humanidad más fraterna". No hay tiempo que perder. No hay educación sin profesorado. Y el futuro de un país depende de lo que sea hoy la educación.