Dilexit nos «Nos amó»
Me gustaría iniciar esta reflexión desde la conclusión, los párrafos finales de la encíclica, porque ayudan a vincular la relación entre esta encíclica y las anteriores. El mismo Francisco indica (nº 217) que "Lo expresado en este documento nos permite descubrir que lo escrito en las encíclicas sociales Laudato si' y Fratelli tutti no es ajeno a nuestro encuentro con el amor de Jesucristo, ya que bebiendo de ese amor nos volvemos capaces de tejer lazos fraternos, de reconocer la dignidad de cada ser humano y de cuidar juntos nuestra casa común". Introduciéndose desde esta puerta, esta encíclica se lee de otra manera, y nos interpela, fieles a nuestra misión y carisma de Justicia y Paz.
La web de pastoral jesuita, presentando esta encíclica, afirma que "puede que tengamos la tentación de considerar esta devoción como una admirable costumbre del pasado, como una bella espiritualidad de otra iglesia o como una reliquia decorativa de otro tiempo, pero ¿quién de nosotros no busca una conversación de corazón a corazón, sin falsedades ni apariencias? ¿Quién no quiere vivir desde la verdad más profunda? En esta sociedad líquida, ¿podemos vivir sólo desde la razón? ¿Somos felices eliminando la fuerza movilizadora de los afectos -ojalá- ordenados para el mayor servicios y alabanza de Dios?" (https://pastoralsj.org/).
Leyendo esta encíclica me ha resonado, esa vieja canción de Espinosa, "danos un corazón grande para amar". Sólo desde un corazón en diálogo con el Corazón de Jesús se puede entender esa necesidad, ese carácter de una devoción -necesaria y actualizada- al Corazón de Jesús, sin el cual no podremos sentir un "corazón fuerte para luchar", ni transformarnos en personas nuevas, creadoras de la historia, constructoras de nueva humanidad, viviendo la existencia como riesgo de un largo caminar… luchando con esperanza, sedientas de verdad, amando sin fronteras, por encima de razas y lugar.
Francisco, cierra esta encíclica con las mismas reflexiones con las que la inicia, creando así el marco de referencia y el corazón del mensaje que quiere transmitir.
En el inicio de la encíclica afirma que "para expresar el amor usamos el símbolo del corazón. Pero cuando nos asalta la tentación de navegar por la superficie, de vivir corriendo... de convertirnos en consumistas insaciables y esclavizados por los engranajes de un mercado al cual no le interesa el sentido de nuestra existencia, necesitamos recuperar la importancia del corazón". Por eso "en este mundo líquido es necesario hablar nuevamente del corazón, apuntar hacia allí donde cada persona, de toda clase y condición, hace su síntesis; allí donde los seres concretos tienen la fuente y la raíz de todas sus demás potencias, convicciones, pasiones, elecciones".
Y en la conclusión nos alerta, expresando el mismo dibujo de este mundo que no nos permite mirar más allá de nuestras necesidades inmediatas y mezquinas, que sólo el amor recibido de Cristo, y correspondido desde nuestras limitaciones, puede liberarnos de esa fiebre donde ya no hay lugar para un amor gratuito y reinventar el amor allí donde pensamos que la capacidad de amar ha muerto definitivamente. "Sólo ese amor hará posible una humanidad nueva", y eso es algo que "la Iglesia también lo necesita, para no reemplazar el amor de Cristo con estructuras caducas, obsesiones de otros tiempos, adoración de la propia mentalidad, fanatismos de todo tipo que terminan ocupando el lugar de ese amor gratuito de Dios que libera, vivifica, alegra el corazón y alimenta las comunidades".
Así pues, este es el espíritu que encontramos en el documento, que ha visto la luz recientemente, el 24 de octubre, al que invitamos a adentrarnos y no dejarnos llevar por el prejuicio de creer que nos encontramos ante algo caduco.
Francisco desgrana, también en él, un punto de vista antropológico, sociológico y religioso actual de las referencias bíblicas, espirituales y teológicas de esta devoción, llegando a una sugerente propuesta: "El hecho es que sólo el Señor nos ofrece tratarnos como un tú siempre y para siempre. Aceptar su amistad es cuestión de corazón y eso nos constituye como personas". "El corazón aparece como centro del querer y como lugar en que se fraguan las decisiones importantes de la persona"; es la base de cualquier proyecto sólido para nuestra vida, ya que nada que valga la pena se construye sin el corazón. Pero en contra "pareciera que lo más íntimo (el corazón) es también lo más lejano a nuestro conocimiento. Tal vez porque el encuentro con el otro no se consolida como camino para encontrarse a sí mismo, ya que el pensamiento vuelve a desembocar en un individualismo enfermizo".
La encíclica va así al núcleo de la persona y utiliza la categoría de corazón como órgano y elemento clave que nos hace tomar conciencia del sufrimiento del otro y superar la indiferencia desde el "cambio personal" necesario para poder solucionar, una vez experimentado, los problemas del mundo, interpelándonos ante "la pregunta más decisiva que cada uno podría hacerse: ¿tengo corazón?".
Por ello, subraya una y otra vez que "al mismo tiempo que el Corazón de Cristo nos lleva al Padre, nos envía a los hermanos". O lo que es lo mismo, que quien quiera acompasar sus latidos con los de Jesús de Nazaret, ha de convertirse, sí o sí, en marcapasos de quien palpita con fragilidad a su lado por tristeza, sufrimiento o agonía.
Viendo cómo se suceden nuevas guerras, con la complicidad, tolerancia o indiferencia de otros países, podemos pensar que la sociedad mundial está perdiendo el corazón. Por ello, necesitamos recuperar un cristianismo que no olvide la ternura de la fe, la alegría de la entrega al servicio, el fervor de la misión persona a persona, la cautivadora belleza de Cristo, la estremecida gratitud por la amistad que él ofrece y por el sentido último que da a la propia vida. En el Corazón de Cristo (éxtasis, salida, donación, encuentro) nos volvemos capaces de relacionarnos de un modo sano y feliz, y de construir en este mundo el Reino de amor y de justicia. Nuestro corazón unido al de Cristo es capaz de este milagro social. Tomar en serio el corazón tiene consecuencias sociales.
Fidel García, secretario general
Editorial del boletín 64: «Volver al corazón»