El cooperativismo como preocupación por la comunidad

23.06.2023

Es conocido que el cooperativismo nació en Inglaterra a mediados del siglo XIX. En los mismos años en que el Parlamento inglés aprobaba las leyes que establecían las reglas de juego básicas del capitalismo y coincidiendo, por otra parte, con la publicación del Manifiesto comunista por Carlos Marx.

El marco es también conocido: con la industrialización se inicia un fantástico crecimiento de la productividad que multiplica la creación de riqueza. Pero, a la vez, las condiciones de vida de la clase trabajadora inglesa, recogidas por Engels unos años antes en el libro que publicó al respecto, son terribles: menores de 9 años trabajando 12 horas diarias en las industrias textiles, tras aprobarse en 1833 una ley prohibiendo el empleo de menores; jornadas laborales generalizadas de 15 horas diarias para la juventud y de 12 a 15 horas paras las mujeres (hasta el año 1847 no se limita la jornada diaria a 10 horas); alta mortalidad infantil debido a la falta de nutrición y de condiciones higiénicas adecuadas: en 1839 la mitad de los funerales en Londres fueron de menores de 10 años…

En ese contexto, mientras Marx proponía un sistema global alternativo al capitalismo basado en la propiedad pública de los medios de producción y la dictadura del proletariado, pioneros de las cooperativas se centraron en tratar de resolver los problemas concretos de las personas: su alimentación, su salud, su vivienda e higiene…, con una corresponsabilidad democrática por parte de sus integrantes.

Su propuesta no trataba, por tanto, de dar una solución global al sistema capitalista emergente. Pero, en cualquier caso, tampoco se desentendieron de los problemas de la comunidad en la que desarrollaban su actividad, quedando recogida expresamente "la preocupación por la Comunidad" (no sólo de sus personas socias) como uno de los principios básicos del cooperativismo desde sus inicios.

En ese sentido, las primeras cooperativas de consumo inglesas consiguieron resultados "revolucionarios" para su ciudadanía aplicando criterios éticos totalmente disruptivos para la época. Así, se comprometieron a no vender alimentos adulterados (en 1861 una investigación demostró que el 87% del pan y el 74% de la leche vendidos en Londres estaban adulterados), ni engañar en el peso, prácticas ambas bastante generalizadas entre comerciantes de la época.

El éxito en aprovechar criterios morales en favor de su clientela como elemento de diferenciación competitiva y éxito empresarial forzó al sector del comercio a aceptar una forma de actuar que, fue posteriormente asumida por el conjunto del sector de distribución y benefició a toda la comunidad.

Esa preocupación por la Comunidad y una permanente insatisfacción por los resultados que se iban consiguiendo fue una constante de los precursores también entre nosotros (caso de Mondragón, cooperativas agrícolas y de consumo), que ya en los años 70 advertían sobre el peligro de egoísmos de vuelo bajo "¿Cuántos hábitos de una burguesía caduca estamos reviviendo, presumiendo de progresistas, resultando conservadores y tradicionalistas de la peor ralea?" decía el padre Arizmendiarrieta inspirador de Mondragón.

En ese sentido insistía en que "el cooperativismo no sólo es la antípoda del paternalismo sino también del conformismo y conservadurismo" y que "se impone que estemos en la vanguardia de las innovaciones sociales, máxime cuando estas están demandadas por una conciencia de dignidad y libertad, de justicia y solidaridad".

 

Recordemos que esas aportaciones al Bien Común no eran una opción sino una obligación moral: "No se puede presumir de ser sociales olvidando lo que todos hemos recibido de la comunidad… y sin hacer las aportaciones adecuadas de contraprestación".

Una foto del universo cooperativo actual

A la realidad cooperativa mundial, obviamente, se le puede retratar desde diversos ángulos. Se puede afirmar que el volumen del universo cooperativo a nivel mundial es amplio y significativo. Es decir, en el mundo hay muchas cooperativas, y estas se encuentran repartidas en todos los continentes. Es, por lo tanto, como ya se ha dicho, un fenómeno muy importante a escala mundial. Vamos a mostrar algunos datos que dan cuenta de esta dimensión:

– La tierra cuenta con 7.500 millones de habitantes. De ellos, más de 1.200 millones son socias de alguna cooperativa.

– En Canadá, de cada 10 habitantes 4 son socias de alguna cooperativa. En Kenia, 1 de cada 5 y en Singapur, 1/3 de la población total.

– La riqueza que generan las cooperativas está reflejada en los grandes datos de la economía mundial. Veamos una muestra:

  • Las 300 cooperativas más grandes del mundo mueven 1,1 trillón de dólares.
  • En Brasil, las cooperativas crean el 37,2% del PIB agrario.
  • En Francia, las cooperativas proporcionan trabajo a 700.000 personas.
  • Los puestos de trabajo relacionados con las cooperativas alcanzan una cifra de 250 millones de personas trabajadoras en el mundo. No obstante, si lo analizamos por el tipo de gente trabajadora que es, veremos que el porcentaje de personas socias-trabajadoras de ese total es muy pequeño. Esta es la distribución: el 89.44% de esas personas trabajadoras son socias productores; el 6.24% son trabajadoras no-socias; y, solamente el 4.32% son socias trabajadoras (International Cooperative Alliance – ICA)

Diversidad cooperativa

Para comprender mejor las realidades cooperativas también es necesario saber que estas son relativamente diversas; no es un fenómeno homogéneo, aunque, evidentemente, comparten un mínimo común. Esa diversidad se puede observar con respecto a diferentes criterios: la dimensión, los distintos tipos de gente asociada que las componen, la parte del proceso de la actividad que se cooperativiza, la cultura organizativa, el modelo de gestión, el territorio en el que se encuentra la experiencia, la gobernanza que se practica o los sectores en los que operan, entre otros.


Pues bien, la densidad cooperativa por territorios a escala universal, hay que decirlo, es pequeña. Encontramos dos excepciones (no son las únicas) que merecen ser valoradas especialmente desde nuestra óptica: Italia (Emilia Romagna) y País Vasco (Mondragón).

De todas formas, debemos precisar que, en lo que se refiere a la diversidad con respecto al sector en el que se ubican y a los tipos de personas asociadas que las componen no es tan rica, y esto es importante dejarlo claro. El siguiente dato muestra nítidamente esta limitación sectorial de la diversidad cooperativa: la mayor parte de las cooperativas del mundo se encuentran distribuidas en tres ámbitos, el agrario, el de consumo y el de crédito-ahorro.

Concentración cooperativa

A la hora de acercarnos a calibrar la potencialidad el universo cooperativo, también nos parece importante conocer otro aspecto. Este se refiere al nivel de concentración, de presencia, que alcanzan las cooperativas en los territorios en los que están asentadas. Y, ¿por qué? Porque la densidad puede facilitar la multiplicación de proyectos sociales, culturales y económicos; es decir, el impacto y el potencial de transformación. Pues bien, la densidad cooperativa por territorios a escala universal, hay que decirlo, es pequeña.

Respecto a esta escasez, encontramos dos excepciones (no son las únicas) que merecen ser valoradas especialmente desde nuestra óptica: Italia (Emilia Romagna) y País Vasco (Mondragón). Dentro de estas dos zonas existen algunas regiones en las que la concentración cooperativa es muy significativa. Además, lógicamente, en estas dos ubicaciones las cooperativas se encuentran en, prácticamente, todos los sectores.

El fenómeno cooperativo tiene pues, una gran dimensión: volumen de negocio, número de personas socias, número de trabajadoras etc. Y se encuentran repartidas en todos los continentes. Y la mayor parte de cooperativas se encuentran distribuidas en tres ámbitos: agrario, consumo y crédito-ahorro; pero la gente socia trabajadora es un porcentaje muy pequeño del total de estas organizaciones.

Se buscan cooperativistas

Por ejemplo, solo dos tercios de sus gentes trabajadoras son socios en Mondragón Corporación, y «en los últimos años ha habido muy pocas incorporaciones», dice un socio jubilado. El resto son personas asalariadas llegados sobre todo tras la fusión con otras dos entidades. En el conjunto de la corporación, la gente socia solo representa el 40 %, pues en muchos países no se puede crear cooperativas.

Pero hay otra cuestión: «Quienes entran, no sé si tienen la mentalidad necesaria», comenta el mismo jubilado, un tanto pesimista. Para Arizmendiarrieta, formar cooperativistas era más importante que crear cooperativas. Y más difícil. De su implicación depende, en gran medida, que la cooperativa sirva realmente a su fin o que se quede solo en una estructura. «Los socios veteranos intentamos estar cerca de la toma de decisiones. Somos críticos, pero cuando hay que empujar, se empuja. Al jubilarse, siempre dicen que ha valido la pena». «Muchos de los que entran nuevos no saben muy bien de dónde ha salido esto», continúa este jubilado. Varios testimonios recogidos en el documental El hombre cooperativo y el investigador Jon Artabe coinciden en señalar que las nuevas generaciones de la zona consideran ser cooperativista un trabajo más.

Sin embargo, un veterano dirigente y actual colaborador, Javier Retegui, rompe una lanza a su favor. Cree que, si bien el fervor no es el mismo, en la juventud sigue existiendo interés: «Es tan buena como la de nuestra época, pero quizá hay que buscar nuevos formatos que ofrecerles».

Xabier Andonegui Mendizabal

Miembro de Fundación Arizmendiarrieta