Acabar con las armas nucleares

26.09.2024

En 1945, finalizada la segunda guerra mundial, el mundo quedaba horrorizado por las consecuencias de muerte y destrucción que las bombas atómicas lanzadas sobre Hiroshima y Nagasaki habían provocado.

Como consecuencia de todo lo sucedido durante la terrible contienda, cincuenta y un países deciden unirse con el propósito de que nunca más vuelva a ocurrir. Nace así la Organización de Naciones Unidas, cuyos objetivos principales son la promoción de los Derechos Humanos, la paz y la seguridad internacional.

En 1946 se reúne la Asamblea General de este Organismo para promulgar su primera resolución en la cual considera el desarme nuclear objetivo principal y prioritario.

Desde esa fecha, los esfuerzos por conseguir una efectiva reducción y no proliferación de las armas nucleares han sido constantes, lamentablemente sin resultados significativos.

En el periodo posterior a la Guerra Fría, se consiguieron alcanzar acuerdos para una reducción de las armas nucleares desplegadas, sin embargo, ni una sola de ellas fue destruida. La situación se va a seguir complicando cuando en 2019 Estados Unidos se retira del Tratado de Fuerzas Nucleares, y posteriormente en 2023, Rusia abandona el Tratado sobre Medidas de Reducción y Limitación de Armas Estratégicas.

Un logro importante se produce el 7 de julio de 2017, cuando la Asamblea General de las Naciones Unidas aprueba, aunque sin la participación de las principales potencias nucleares, el Tratado de Prohibición de Armas Nucleares (TPAN). Un acuerdo histórico, fruto de las reivindicaciones que, durante décadas, habían promovido los movimientos antinucleares. A este acuerdo, el Gobierno de España aún no se ha adherido.

Actualmente nueve países poseen armamento nuclear: Rusia, Estados Unidos, China, Francia, Reino Unido, Pakistán, La India, Israel y Corea del Norte. Se estima que existen más de 12.500 armas nucleares, de las cuales 2.000, se encuentran en estado de alerta máxima, listas para ser detonadas en un lapso de unos 6 a 15 minutos.

El llamado Reloj del Apocalipsis del Boletín de Científicos Atómicos, que mide el riesgo de una destrucción catastrófica en manos humanas, apunta a que estamos a menos de 90 segundos de la media noche para una guerra nuclear. Esto se debe a las actuales situaciones de guerras y conflictos mundiales. Es el riesgo más alto de la historia.

Las consecuencias del uso de una sola de estas bombas nucleares serían catastróficas para el ser humano, el medio ambiente y todo el planeta. Lo más grave es que esto no solo puede suceder por una detonación intencionada, sino que existe un altísimo riesgo de detonación nuclear de forma accidental. En esta línea se han realizado innumerables advertencias, entre ellas, la que recientemente hacía Carlos Umaña, premio Nobel de la Paz del la Campaña ICAN: "Nunca estaremos seguros mientras existan armas nucleares".

En la actualidad, la contención del uso de armas nucleares no se fundamenta en el respeto y el diálogo, sino en el miedo al ataque del otro. El destino de la humanidad y el planeta está en juego y esto no puede quedar sujeto solo a la buena voluntad de los países. Esta es una de las grandes aportaciones que realiza el TPAN, que aboga por desterrar el poder coercitivo de la violencia e impulsar otro modelo de sociedad basado en el fortalecimiento de las relaciones internacionales, el diálogo y la cooperación.

Mientras justifiquemos la superioridad de unos sobre otros o el uso de la violencia para resolver conflictos, continuarán existiendo guerras. Y mientras existan guerras, los Estados justificarán la necesidad de las armas nucleares.

Martin Luther King afirmaba: "La paz no es la ausencia de tensiones, sino la práctica de la justicia". En efecto, no es posible la paz en un mundo lleno de desigualdades. Quienes acumulan los bienes que otras personas necesitan para vivir, precisan de armas potentes para defenderlos.

El papa Francisco, en la Bula de convocación del Jubileo 2025 "Spes non confundit" (La esperanza no defrauda ), reflexiona sobre las desigualdades y el hambre como un "flagelo escandaloso que ha de mover nuestras conciencias" y realiza un llamamiento a las naciones : «Con el dinero que se usa en armas y otros gastos militares, constituyamos un Fondo mundial, para acabar de una vez con el hambre y para el desarrollo de los países más pobres, de tal modo que sus habitantes no acudan a soluciones violentas o engañosas ni necesiten abandonar sus países para buscar una vida más digna» (Fratelli tutti, n. 262).

Continúa el Papa diciendo: "Si verdaderamente queremos preparar en el mundo el camino de la paz, esforcémonos por remediar las causas que originan las injusticias, cancelemos las deudas injustas e insolutas y saciemos a los hambrientos".

La humanidad tiene pendiente la gran revolución de la fraternidad. Necesitamos seguir avanzando en nuestros compromisos personales y sociales. Asumir que todas las personas que compartimos existencia no podemos ser ajenas las unas a las otras, porque formamos parte la gran familia humana y sentimos el impulso de buscarnos, ayudarnos, resolver conflictos sin destruirnos y caminar conjuntamente hacia la finalidad última del ser humano que es la Unidad.

Es urgente la eliminación de las armas nucleares, y hemos de luchar con todas nuestras fuerzas por conseguir este objetivo. Pero no nos engañemos: no solo las armas nucleares son las que han de ser erradicadas. Cualquier tipo de arma está creada para provocar destrucción, dolor y muerte. Hasta que no acabemos con las causas de las injusticias, no cesarán las guerras y las amenazas nucleares.


Milagrosa Fernández, consejera CGJP y Justicia y Paz Cádiz